Fundar un territorio propio es acaso una de las tentaciones más recurrentes y legítimas de todo creador. Manuel Moya (Fuenteheridos, 1960), autor de una docena larga de libros de poesía, entre ellos otro insulario, Interior con islas (Pre textos, 2006), vuelve a indagar en este territorio íntimo que pretende ser al mismo tiempo poliédrico y simultáneo, que indaga en nuestro porpio ser desnudo y pleno. Territorios de ultramar es en realidad un plano cartográfico donde todo adquiere la sutil consistencia del humo, pero donde también hay mucho de piedra horadada, de silencio roto, de hueco, de todo eso que apenas pesa. Estos territorios separados del continente mediante delgados hilos, nos sitúan en un mundo fragmentario y acaso paralelo al nuestro, habitado por sueños y sensaciones, y es por eso que todo en él es escurridizo y es sutil, sereno y hondo: lugares donde reposar un instante la mirada.

El presente libro reúne una colección de poemas en prosa, cuyos precedentes más inmediatos están en el Libro del desasosiego, en el spleen de Baudelaire y en Las confesiones de un pequeño filósofo, de Azorín, el padre del poema en prosa en español. Imaginemos el desamparo de un niño en un internado en Yecla, el desarraigo del poeta puro y la lúcida angustia del escritor de Lisboa. Imaginemos eso y tendremos el perfil de estos poemas desamparados, libérrimos y desasosegados.

El amor es la tierra más frágil. Alrededor de este verso de Blanca Varela construye Ángela Álvarez este audaz poemario. En él la autora explora los límites del amor en unos poemas en los que "el musgo crece en el silencio como si escribir fuera despojarse de jinetes.” Según palabras de Ariadna G. García la obra de esta autora "se construye sobre un bosque de símbolos. Es muy visual, muy plástica. La poesía comunica una experiencia de autodescubrimiento que nos atañe a todos. Su viaje es simultáneo a la escritura. Como explicaba José Ángel Valente, el texto es un “conocimiento haciéndose”, una revelación que tiene lugar en la propia exploración del verbo. En ese sondear en la noche, Ángela se adentra en los enigmas del mundo y de su propia concepción."

Los versos de Pilar Muñoz, en palabras de Alejandro López Andrada, son “un tatuaje luminoso que enciende las sombras y el viento más huraño inundando de azul las fechas grises, ya borrosas de los viejos almanaques que hay en el corazón”. Y son el recuerdo, la nostalgia, la ternura, la experiencia y la esperanza los que confluyen en un poemario lleno de plasticidad, imágenes precisas y sensaciones nítidas de una poesía, que según López Andrada configura “una selva emocionada donde vibran los silbos celestes de los pájaros y se abrazan las ramas de la melancolía con las hojas que danzan, como niñas pudorosas, reflejando su dulce ternura en la pared de un tiempo invisible que nunca se ha alejado, pues sigue latiendo en los días perezosos, crujientes y amables de nuestra juventud”.

En palabras de José Luis García Martín: “Jesús Beades es un verdadero poeta y como tal capaz de ser apreciado por cualquier tipo de lectores. Sus mejores poemas aúnan cotidianidad y sentido del misterio, muy precisos ecos literarios y una nítida impronta personal”. Beades “sabe jugar con el lenguaje, conoce su oficio, y sabe también que la poesía es algo más: tocar el corazón de los lectores, hacernos ver el mundo con otros ojos”.Según Luis Alberto de Cuenca, “la poesía de Jesús Beades nace de una emoción honda y entrañable que no ignora las inquietudes domésticas del hombre actual, sumido en la cotidiana incertidumbre de un mundo ajeno a la bondad y a la belleza. Atento siempre a la pulcritud lírica y a la verdad exacta del idioma, sus poemas, muy bien concebidos y escritos, mezclan en refinado cóctel sentimientos y música”.Con Tibidabo 10 una dirección, la del padre del autor, fallecido a los 58 años de edad , el poeta retorna a esa cotidianidad para abrirnos de par en par la puerta misteriosa que siempre deja entreabierta la muerte. Estos poemas nacen para contar la desolación y la perplejidad de la pérdida, pero también para cantar el bien y la hermosura que renacen con ella. Los ecos de la infancia y la música como un don compartido palpitan en estas páginas escritas con el corazón en un puño y mirando el cielo, como sin saber muy bien qué ha pasado.

En la otra ladera constituye un corpus de poemas en prosa donde el poeta se sitúa fuera de toda vana pretensión que no sea la del despojamiento espiritual y estético ante sí mismo y ante los demás, en la búsqueda de una poesía verdadera, capaz de hacer comunicables las emociones y sentimientos más auténticos. Libro de profundas intuiciones líricas, de hondas y meditadas reflexiones que persiguen el objetivo de una belleza perdurable, depurada y quintaesenciada a través del ejercicio doloroso que es vivir. Textos nacidos desde la constatación de la sencillez y la contención expresiva, con economía de elementos, pero en los que la palabra intenta ir más allá de su significación última. No se entiende este libro si no es bajo la óptica de la dimensión espiritual del hombre y la indagación en la propia conciencia, en la mejor tradición literaria y en la originalidad que se pretende añadir a ella, motivada por las vivencias personales e íntimas que constituyen la base de unos textos fragmentarios. Conciencia, dimensión espiritual y experiencia vital se dan la mano en este poemario que aspira a dar fe de la más noble de las aspiraciones humanas: la búsqueda de la belleza como alma espiritual del mundo y la constatación de la vida como ejercicio de dolor.

Cuando el ser humano se despoja de toda trascendencia posible, queda solo y situado en unas coordenadas espacio temporales determinadas y determinantes. Es el suelo que pisa el único escenario y son los otros (la amada, la familia, los amigos) quienes arrojan luz ante un mundo sombríamente inhóspito. Tomar conciencia del tiempo y de la muerte, en tanto que es esta el acto más macabro pero, a su vez, el más definitorio de la existencia, supone llevar a cabo un acto de fe sobre la tierra. La felicidad se ve truncada por los golpes del conocimiento, mas a aquella solo se llega por la senda de la verdad: somos eternos aspirantes de lo eterno, memoria que se alza frente al olvido. La palabra poética es pregunta y diálogo, a veces, también una respuesta.

Todos convivimos en un hábitat, un ecosistema que se nos antoja único y especial, y esos ambientes, con los años, se nos van revelando cada vez más cercanos los unos a los otros tendiendo puentes a las islas de nuestros semejantes. Este poemario recoge esos diferentes espacios y la suerte de los habitantes que conviven en ellos. Una recopilación de lugares, de momentos de la vida y de circunstancias donde se amontonan las imágenes del mar, la naturaleza, nuestros orígenes o destinos idílicos como Florencia; y, por supuesto, donde hay pequeños guiños a las personas que conviven en ellos.A través de los cantos a la adolescencia, la inmigración, la imperfección o la madurez iremos descubriendo a los habitantes de estos ecosistemas y sus vidas.Y, por último, para culminar con un sabor dulce que contraste con los sentimientos encontrados que pueden producirnos los éxitos y fracasos de los personajes de este poemario, hay un habitáculo para el romanticismo.“El reflejo de las nubes en los cristalesme recuerda a ti. Los flashes que se esconden tras televisores que no duermenhasta muy entrada la noche”.(Hábitats, poema “Tú y tus calles”)

La variedad creadora que recorre la dilatada actividad poética de Carlos Clementson se enriquece con la complejidad espiritual de este libro, en el que el autor cordobés desarrolla una reflexión poética, desde la geografía, la historia y el conocimiento de las varias literaturas del solar peninsular, sobre la fecunda y profunda unidad cultural y moral que entraña la convivencia de tan diversas formas de expresión. Desde el afecto intelectual y cordial, Clementson establece un fértil diálogo con los mayores ingenios que han alumbrado tales lenguas, que parecen concertarse en las diversas voces y acentos que a lo largo de la historia han venido instrumentando esta plural Rapsodia Ibérica, que su autor cree escuchar en su amor por este espacio físico e histórico, así como por sus diversas lenguas y culturas.

Leer la Sevilla de María Sanz es reencontrarse con el pasado que pervive en nuestras entrañas. Porque ese tiempo va más allá del ejercicio de la memoria. Su poesía, sevillanamente elegíaca en el mejor sentido del adverbio, traspasa las fronteras establecidas y se adentra en los abismos del ser humano. Somos lo que fuimos, lo que somos o lo que nos queda por ser Su voz es tan personal que llega a confundirse con una ciudad real y soñada al mismo tiempo. Nos encontramos, pues, con el hallazgo de esa Sevilla que Cernuda recreó en Glasgow. Dolorosa y luminosa como un Jano bifronte que nos mantiene en la expectante tensión que llamamos vida.Cada poema es un callejón con salida o sin salida. Un adarve o una plazuela. Eso depende del lector y de su manera de recrear la poesía. Todos conforman el laberinto urbano, poético y vital en que se funde y se funda esta manera de ver y de vivir la ciudad, o sea, la existencia íntima y compartida. La Sevilla de María Sanz debería existir. Y si no, ya nos encargaremos de inventarla leyendo o releyendo sus versos.